13 abril 2011

Sobre dormir

Hay gente que se anestesia con drogas o con alcohol, yo lo hago con la siesta.
Soy militante de la siesta desde hace años. En realidad, amo dormir y pienso que todos deberíamos dormir más.
Cuando estaba en el colegio, con mis amigas solíamos juntarnos a comer y dormir la siesta en la casa de alguna, antes de ir a gimnasia. Era la gloria y volvíamos al colegio re fresquitas; aunque yo terminaba siendo la única boluda que sí hacía gimnasia, porque era una ñoña de la gimnasia.

Para mi, dormir es el placer más grande que hay! Más que comer o tener sexo. Estos son mis fundamentos:
Dormir no me engorda ni me hace doler la panza, tampoco me embaraza ni me contagia enfermedades. Para dormir no tengo que depilarme, ni lookearme. No gasto plata durmiendo, no consumo energía eléctrica, gas o agua, y la cama no me discrimina si estoy sucia y tengo olor a chivo.
Pero sobre todas las cosas, dormir me impide pensar. Es esa pausa necesaria, cuando la cabeza está a mil y no paras de pensar 700 cosas al mismo tiempo, de las que generalmente la mayoría se desviaron años luz del motivo que originó esa secuencia maldita. Yo por lo menos no tengo paz, en mi cabeza pasan cosas todo el tiempo. Por eso la siesta es mi fiel aliada.

Dependiendo del cansancio del día, si tengo tiempo de prepararme para “la dormida del siglo” o “una siesta asesina” tengo mis reglas:
Nada de usar medias, mis deditos necesitan sentir la libertad de estirarse cuanto les plazca.
Mínimo dos almohadas: una para apoyar la cabeza y la otra sobre los hombros y la cara (no sé que problemita psicológico tendré).
Si antes de dormir veo la tele un rato, es fundamental que no haga zapping por los canales de documentales. No quiero ver un tiburonazo que me  cague el ánimo festivo de la siesta, porque voy a terminar durmiendo con la luz prendida y muerta de miedo (si hay gente que le tiene fobia a los botones, yo tengo derecho a tenerle fobia a los tiburones, no me jodan!).
Y lo más importante! Siempre tengo que tener los pies tapados porque nunca se sabe cuando va a salir un mounstro de abajo de la cama para comerte o solamente masticarte una pierna. La seguridad ante todo.

El éxito de la misión se puede corroborar con algunos de estos ejemplos (si es con todos, sos un crack del buen dormir):
Si te despertás casi en la misma posición que te dormiste, sobre todo en invierno.
Si te despertás con un hilo de baba seco que va desde tu boca hasta tu mentón.
Si te queda la marca de la almohada en la mitad de tu cara, formando el mapa del partido de La Matanza o haciéndote parecer el fantasma de la Opera.
Si a la mañana siguiente tenés los ojos muy hinchados de tanto dormir... y si alguien te pregunta: -¿estuviste llorando? Vos vas a contestar: -Oh no, sólo dormí y cómo dormi!- con cara de campeón.
Si te despertás y no tenés idea de que carajo está pasando, que día y que hora es, si llegaron los jinetes del Apocalipsis o los extraterrestres hicieron pedazos la Casa Blanca, si lograron descongelar con vida a Walt Disney o mucho peor, si te quedaste dormido para hacer algo importante*.
*Aclaración: quedarse dormido para ir a trabajar no cuenta, no es importante. Es lo que nos toca hacer para no cagarnos de hambre, pero a mi no me entusiasma ir a trabajar y casi les diría que me quedo dormida a propósito. Así tenga que levantarme a las corridas y hacer todo súper rápido con un cohete en el culo, sigo eligiendo esos minutitos extra en la cama.

Ahora, tampoco la pavada. Si te despertás con tus propios ronquidos, ahí ya te estás zarpando y tenés que bajar un poco las revoluciones. Yo se lo que te digo, me pasó demasiadas veces. Take it easy.

Por último, tengo que admitir que envidio con sentimiento profundo a todas aquellas personas que tienen la capacidad de dormirse en cualquier lado, incluso viajando parados. Yo nunca pude dormir en los bondis y si viajo con alguien, casi siempre me toca despertar a mi acompañante cuando llegamos a destino. Un día no lo voy a hacer y esa va a ser mi pequeña venganza. No voy a conseguir poder dormirme como ellos, pero me alcanza.

Nota mental: La próxima vez que vaya a Tigre me voy a sacar esas ganas locas de comprarme una hamaca paraguaya. Así tenga que colgarla en los postes de luz de la vereda, por falta de árboles en mi casa. Quiero mi hamaca paraguaya!

11 abril 2011

La explicación


-Sí, sí… todo lo que quieras, pero yo me llamo Teresa.

Con esa frase gané batallas… bueno, no tanto, pero he cerrado varias discusiones, de esas patéticas en las que uno compite a ver quién es más miserable y sufre más. Y claro, gané. Gano, siempre gano; porque nadie se quiere llamar Teresa. Nadie que yo conozca.
La cuestión es que ese es el segundo nombre que eligió la turra de mi vieja para llamarme, con excusas dignas de una patada voladora en la jeta como:
-Naciste el día de esa Santa (me lo dice la misma mujer que tira las cartas)
O:
-Tu tatarabuela se llamaba así (seamos honestos, a quién le importa un pito sus tatarabuelos?)

Ojo, amo a mi mamá con toda mi alma. Pero matarme apenas nacía clavándome ese Sr. Nombre no se justifica con nada! “hija no deseada, claramente” pensaba antes o “turros los otros que no la hicieron entrar en razón a tiempo”.

Lo cierto es que esto me terminó de formar el carácter, porque SIEMPRE estaba el pelotudo que me decía “Tere” en la escuela y yo me ponía loca. Entonces, encontré una solución cuestionable pero efectiva: piña. Así que me jodían -nunca dejaron de hacerlo- pero siempre había consecuencias porque no tenía problemas en fajar a nadie. A veces lloraba, pero a solas, no iba a dejar que esos hijos de puta me vieran así.
Hasta me acuerdo que llegué a rogarle a una profesora para que no diga mi nombre completo en una entrega de medallas. A ese punto llegaba mi trauma.

Nunca consideré cambiarme el nombre porque al fin de cuentas no quisiera herir los sentimientos de mi queridísima madre (créanme que es cierto, aunque en este texto no lo parezca), así que no me quedó otra más que…superarlo. Después de todo, es un nombre nada más! Carajo. Empecé a decir en público mi nombre completo, de a poco, cual adicto en recuperación en una reunión anónima.
-Hola, me llamo Lucía Teresa Sánchez.
Hasta que un día dejó ser incómodo y llegó a parecerme una estupidez haberme hecho tanto problema durante todos esos años.
Saqué conclusiones.
Con el tiempo entendí que si uno aprende a reirse de sí mismo y a no tomarse tan en serio, lo que opinen los demás, malintencionadamente o no, pierde ese valor “determinante” que a veces le damos a una simple palabra o frase, transformándola en un mounstro que nos persigue resonando en nuestras cabezas una y otra vez. Las palabras son eso, palabras. Una vez que se dicen, ya está, se fueron y no pueden volver. Somos nosotros los que elegimos darles valor o simplemente dejarlas ir. Así que, en este caso, decidí que ya no me importaba y ahora me río de todo eso.
Me llevó 21 años aprenderlo, tengo 24. Y todo por semejante pavada como un segundo nombre.

A veces me siento sabia, a veces una boluda importante (nunca una boluda cualquiera).

Y de todas formas… algún día voy a tener hijos y claro está, ellos tendrán segundo nombre. Ese va a ser mi legado. Será un legado de mierda, pero con suerte y teniendo mis genes, encontrarán alguna forma creativa de hacer su catarsis, aprenderán alguna lección o bueno…tendrán sus propios hijos a los cuales cagarles la vida bautizándolos con nombres de mierda.